domingo, 6 de mayo de 2012


José de la Cuadra
  • Abogado

  • Profesor del colegio Vicente Rocafuerte

  • Vicerrector del colegio Vicente Rocafuerte

  • Subsecretario de Gobierno

  • Secretario general de administración pública

  • Visitador consular

  • Delegado del Gobierno para el estudio de leyes

  • Escritor

  • Presidente del Centro Universitario de Guayaquil

  • Presidente de la Federación del Sur de Estudiantes Universitarios

José de la Cuadra nació en Guayaquil, el 3 de septiembre de 1903. Su infancia desarrollo en una relativa estrechez económica.

De la Cuadra realizó sus estudios en su ciudad natal. En 1921, culminó el bachillerato en el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, y en 1929, se graduó de abogado en la Universidad de Guayaquil.

La vida universitaria De la Cuadra fue alternada con el magisterio, el periodismo, la política y la literatura. Desempeñó las funciones de profesor de Moral y Gramática en el Colegio Vicente Rocafuerte; también fue bibliotecario y, con los años Vicerrector del mismo plantel.

Las primeras incursiones literarias pertenecen a su época de colegial. Durante 1919-1920 formó parte de la redacciónde la revista “Juventud Estudiosa”. En ella colaboraron, entre otros bandos, Medardo Ángel Silva, José Maria Egas, Jorge Carrera Andrade, Augusto Arias, Gonzalo Escudero, todos ellos cultivadores del “retrasado modernismo ecuatoriano” del que José de la Cuadra no se pudo sustraer. De allí que las primeras publicaciones tengan esta influencia. En la ya mencionada “Sangre de Incas. A la memoria de Santo Chocano”, “A la pálida”.

A la época del estudiante universitario corresponden sus primeras actividades políticas. Fue presidente del “Centro Universitario de Guayaquil” y de “La Federación del Sur de Estudiantes Ecuatorianos”. En 1925, en unión de sus coidearios, fundó “la Universidad Popular”.

Es probable que en 1931 haya escrito “Los monos enloquecidos”. Así lo indica de la Cuadra por medio de las palabras “del protagonista al autor”, que sirven de introducción a la obra, sin embargo, el texto inconcluso de esta obra no se publico hasta 1951.

Desde 1931 hasta 1935, De la Cuadra colaboró en revista “Semana Grafica”, publicada por la editorial “El Telégrafo”.

En 1932 sale a la luz, en España, una colección de cuentos titulada “La vuelta de la locura”. Eran seis relatos de los cuales cinco habían formado parte “El amor que dormía”, y otro, había integrado “Repisas”.

En 1932 se publico la primera edición de “Horno”. El libro comprendía once cuentos; en estas páginas campea “el dolor, la venganza, la miseria, las aberraciones sexuales, reclamando enmiendas”. Una segunda edición data de 1940, y en ella se incluye “La tigra”.

En 1933, aparecieron una serie de artículos literarios, tanto en periódicos nacionales como en revistas extranjeras. En la Revista “Americana” de Buenos Aires se publicaron: “Iniciación de la novelística ecuatoriana”, “Advenimiento literario del montubio” y “¿Feísmo? ¿Realismo¿”. En la Revista “Claridad”, también de Buenos Aires, publico un artículo dedicado a la poesía de Gonzalo Escudero y, en Guayaquil, escribió para “El Telégrafo” “Personajes en busca de autor”,

La gran obre narrativa de José de la Cuadra, “Los Sangurimas”, fue publicada en Madrid en 1934. Contenía ademáscinco cuentos: “Sangre expiatoria”, “Candado”, “Calor de yunga”, “Barraganía” y “Shishi la chiva”.

En 1937, publicó en el editorial “Imán” de Buenos Aires, su ensayo sobre el montubio ecuatoriano. En este tratado, de la Cuadra recoge todos sus conocimientos sobre el alma y costumbres del hombre de nuestro litoral.

El 14 de octubre de 1937, aparece “Ecuador, país sin danza”, este es un ensayo en el cual indica las razones por las que, según el autor, nuestro pueblo no baila.

En 1937 interviene nuevamente en la política. Fue Secretario General de la administración del General Alberto Enríquez.

En 1938, mientras trabajaba en el Gobierno de Enríquez, fue designado agente consular, cargo que le permitió visitar distintos países de Sudamérica y ponerse en contacto con notables escritores.

En 1938, publicó su ultimo libre “Guasinton”. Se trata de una colección de catorce cuentos, dos crónicas y seis reseñas que comprenden diferentes momentos de su creatividad literaria y, por lo tanto, datan de diferentes fechas; unas incluso, no se han podido precisar.

En 1938, se imprimió el Folleto “Sanagüin, novela azuaya”.

En 1940, apareció en la revista “Hombre de América”, de Buenos Aires, el cuento “Galleros”; lo fabulesco y lo legendario van a caracterizar este relato.

José de la Cuadra falleció en su ciudad natal, el 2 de febrero de 1941, en plena actividad literaria, cuando proyectaba escribir dos biografías, una, sobre el General Eloy Alfaro y, otra sobre Pedro Montero, caudillos liberales ecuatorianos.

SUS OBRAS LITERARIAS

Es evidente que su temprana madurez hizo notar en los años treinta, con una producción que no cesaba de aparecer bajo el rigor de una clarísima inteligencia y las demandas de un gusto bien cultivado. En todo el corto lapso de menos de un decenio, consiguió de la Cuadra la creación de cuentos, novelas, artículos y ensayos, que tienen mas cualidades de solidez y gracia que los trabajos que otros se han esforzado en realizar en un tiempo tres veces mayor. Y ellos, a pesar de que de la Cuadra sentía repugnancia por la improvisación, vicio de mediocres. Pero las tentativas reveladoras dataron de la época de su adolescencia. Esto es, de cuando el autor apenas contaba dieciséis años de edad. Para entonces demostraba ya un talento fecundo, que naturalmente vacilaba -eso es lo que conmueve por ser signo de honradez intelectual en el periodo difícil de la iniciación- entre inexperiencias de técnica, debilidades en el enfrentamiento a los asuntos, inestable dominio del lenguaje literario.

Entre sus principales obras son:

  • Oro de sol (1925)

  • Nieta de Libertadores

  • El extraño paladín

  • El amor que dormía (1930)

  • Repisas (1931)

  • Horno

  • La Tigra

  • Los Sangurimas (1934)

  • Los monos enloquecidos (1951)

    José de la Cuadra, el mayor del grupo de  los cinco

    ALFREDO PAREJA DIEZ-CANSECO, Quito, julio, 1958

















    El Grupo de Guayaquil fue un grupo de escritores ecuatorianos que expresaban una literatura social de corte realista social. Este grupo se fundó en la ciudad de Guayaquil en la década de 1930 por Demetrio Aguilera Malta y Joaquín Gallegos Lara. Fueron escritores enfocados en la vida del montubio, el indio y y el obrero ecuatoriano; como lo demuestran escritos tales como La tigra, las cruces sobre el agua y el libro de cuentos Los que se van.

      

      

      

      


      

       

      

      


    Fueron también llamados "Cinco como un puño" por su unión y concordancia en la literatura y en la escritura.
      

      






    Cuando en un día de febrero de 1941, en su querida capital montuvia de Guayaquil, se daba sepultura a José de la Cuadra, Enrique Gil Gilbert exclamó ante sus despojos: Éramos cinco, como un puño.
    ¡Fui uno de ellos!.
    Por haberlo sido, pude tener la certidumbre de que, en aquellos días grávidos de entusiasta creación, yo era parte, más que de la pequeña sociedad de cinco jóvenes, cuya amistad fraterna habíase hecho y persistía por sobre la literatura, de una generación, de un síntoma de crisis colectiva, de una necesidad de cambio; parte, actor y espectador, todo en uno, de una causa reajustada por lo subjetivo del ánimo a los grandes problemas de la realidad social y humana que nos circundaba.
    Adolecido de algo violento, y acaso con pocas ganas de quedarse por aquí, Cuadra murió poco después de haber cumplido los treinta y siete años de edad. Era el mayor de los cinco entrometidos -con tan débiles armas, lo sé- en el universo incalculable y oscuro, del que no se alcanza jamás otro perecedero beneficio que el esfuerzo en sí por escudriñarle su inalcanzable sabiduría. Era el mayor, mas no por los años vividos sino por la maestría. Los otros éramos -duele emplear el tiempo de pretérito, pero así está dicha la verdad- Joaquín Gallegos Lara (al que también se le acabó prematuramente la vida, en 1947, antes de cruzar la cuarentena, en pleno carácter de suscitador y como nunca de clara y poderosa su inteligencia), Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert y yo.
    A estos cinco se dio en llamar "Grupo de Guayaquil". Años más tarde, se agregaron Ángel Felicísimo Rojas, que venía de la Loja sureña y lejana, Pedro Jorge Vera, de la misma capital montuvia, y Alberto Ortiz, de la mágica Esmeraldas.
    Nadie va a decir aquí que el grupo creó obras extraordinarias. Pero sí hay quien diga que, guardadas las distancias, conocidos el móvil y el deseo de una instancia histórica y apreciada la circunstancia vital en que entonces nos movíamos, es preciso reconocer que, para el Ecuador y el menester de su cultura, la generación de 1930 vale como un momento de lucidez en común, apto para recibir el mandato de eso que, a veces inexplicablemente, se impone desde los desconocidos torrentes de la intimidad social, por manera que deja de pertenecer a los dominios del azar y se establece como una consecuencia de antecedentes no vislumbrados antes. Bien puede que esto sea, en la historia de la sociedad, como pasar de la casualidad a la ciencia, de la libertad a la necesidad.
    Digo pues que, si se considera la validez de la época y si se esfuerza uno por comprenderla, es fácil explicarse la arquitectónica condición del lenguaje expresivo de José de la Cuadra. Pues todo lo que dijo y todo lo que dejó escrito tiene la solidez de la piedra, la brevedad tajante de ciertas líneas en los edificios majestuosos y la verdad de un descubrimiento al que todos los ojos, más tarde o más temprano, hubieron de abrirse. Esto último, en todo caso, conviene a los que hicieron literatura en esos años, movidos por idéntico afán, tanto en la Costa como en la Sierra. Pero, claro está, el primer descubridor es quien realmente descubre.
    Por otro lado, la misma época y su pujante ansiedad por expresarse han de explicar a satisfacción el sobrante de factores externos, la exageración y la proclividad por las escenas sexuales. Trópico encendido y rijoso, de altas voces y malas palabras, llenó su aire; y valiente nobleza para denunciar el crimen social. Unid ambos ingredientes al sacudimiento crítico de pasar de una a otra edad histórica y sabréis muy bien por qué se hizo la literatura de esos años y a qué necesidades legítimas del alma respondía.
    De la Cuadra, que, al comenzar su tarea de escritor, no hacía sino soñar como un adolescente, enderezó pronto el fervor hacia el áspero territorio de la pasión humana: donde se tiene fe en alcanzar justicia en la convivencia. Y cuando su instrumento estuvo presto y logrado, llegó a lo más alto que la técnica narrativa del cuento ha llegado en la lengua por estos lados de América y también -no será mucho atreverse- de la España contemporánea.
    Así fue De la Cuadra, limpio y terso de estilo, profundo y audaz de pensamiento. Hasta cuando se equivocaba.


                                                                                                                                        gtam